Han pasado casi dos meses desde la última entrada. Precisamente esos meses del estío que parecían tan largos y lejanos. Y el caso es que han pasado en un tris, casi sin darse uno cuenta. Ha sido un verano caluroso, casi tanto como aquellos que ahora rescato de los recuerdos de mi infancia. Días secos, como hechos de polvo y rastrojos, los mismos rastrojos y el mismo polvo que colorean de ocre las desoladas llanuras de la Tierra de Campos. Tan solo el quejido de la cigarra rompe la monotonía de las horas dilatadas, de la galbana del tiempo en los instantes sagrados de la siesta castellana. Siesta reparadora, sin duda, que parafraseando a Cela “ha de hacerse como Dios manda, a saber, con pijama padrenuestro y orinal”. Como reza el dicho popular, hay días estivales en los que los árboles corren detrás de los perros implorando un poco de humedad.
Cuando el día agoniza y el Sol pasa de ser implacable a benévolo y clemente, la gente de piel curtida sale de su letargo y siempre repiquetea en los oídos la misma frase: “ahora se vive”. Cuando las primeras estrellas asoman, medrosas y tímidas, es el momento mágico y ritual de regar con la fuerza vívida de la manguera la pared circular del observatorio, de abrir la cúpula y dejar que, lentamente, el ardor del día se escape a soplos desde su interior. Después, tras la cena, con la noche ya asentada, llega la hora de robarle al cielo sus secretos. Dentro del recinto, reina el silencio, un silencio solo contaminado por el leve zumbido del ventilador de la CCD y el carraspeo del disco duro al codificar fotones en forma de imágenes. Aunque siendo sincero, a veces me sorprendo hablando solo cuando logro encontrar alguna estrella doble difícil y rebelde. Esas horas pasan rápido, tanto, que si las condiciones lo permiten uno resiste hasta casi acariciar el alba.
En próximas entradas os haré partícipes de mis actividades veraniegas.
Me gustaría ahora, antes de cerrar, comunicar que desde hoy está disponible el número 3 de El Observador de Estrellas Dobles. Como coeditor puedo decir que ha salido una entrega repleta de excelentes artículos, listas de medidas y descubrimientos de nuevos pares. Enhorabuena a mi colega Juan Luis González por su primer descubrimiento que, de esta forma, se hace oficial en nuestras páginas. Mi agradecimiento a todos los que han hecho posible este nuevo número con sus aportaciones. Yo he colaborado con un artículo de investigación sobre el Micrómetro de Lámparas de William Herschel. Ha sido un mes de duro trabajo pero hemos conseguido ser puntuales. Que disfrutéis de la lectura. Vale.
Preciosas palabras, Edgar. Estás hecho todo un poeta-astrónomo. Es, efectivamente, lo que se siente en estas vacaciones estivales, sabiendo que, por fin, uno puede trasnochar hasta casi el alba... ¡¡qué sensación de libertad!!
ResponderEliminarYa estoy deseando leer esas crónicas veraniegas y ver tus trabajos.
Saludos.
¡Magnífica entrada, Edgar! Es un retrato perfecto del verano por estas tierras. Ya sólo en los núcleos rurales, la gente de piel curtida al caer el sol, saca las sillas a la calle y sale del letargo. Afortunadamente, es una imagen de la infancia que ahora he vuelto a recuperar todos los días.
ResponderEliminarPronto veremos lo que has estado haciendo este verano ;-)