Amigos, allegados y
visitantes, han coincidido en preguntarme en no pocas ocasiones el porqué de mi
incondicional inclinación hacia las estrellas dobles; el porqué de esa obsesiva
tendencia por observar (que no meramente ver) durante dilatados lapsos dos
insulsos puntitos de luz apenas discernibles por el órgano visual. Con
frecuencia, forasteros e invitados, no cercanos a las ciencias astronómicas,
concuerdan también en apuntar que "una
vez vista una parejita es como si se hubieran visto todas" y que no
alcanzan a comprender la relevancia o el interés de una nimiedad tal. Bajo su
perspectiva resulta chocante -cuando menos-, que alguien (yo, en este caso)
pueda montar un observatorio, dotado de la correspondiente infraestructura,
para ver noche tras noche, redundantemente, algo tan monótono y simple. Si, por
casualidad, la noche de su bautismo observacional, fuera una de esas noches
gélidas que rayan en la crudeza, sin duda añadirán a sus negativos argumentos
preliminares que hay chiflados -como apelativo más leve- (igualmente, yo mismo,
si no pluralizamos) que se deleitan y se sacian con cenas frías (sus propias
carnes), salteadas de manera reiterada con la misma y siempre pareada
guarnición estelar.
Al principio, ante
estas circunstancias, movido por un afán estrictamente formador y, por tanto,
no justificador de mis actividades en las horas nocturnas (con la conciencia
tranquila, en definitiva), utilizaba yo los recursos pedagógicos más selectos
para arengar a los incrédulos sobre las maravillas de la observación de las
estrellas dobles, sobre su importancia para la Astronomía y cómo no, sobre la
belleza intrínseca de estos objetos astronómicos, tan abundantes en el
firmamento y a la vez tan desconocidos. Reconozco que a veces los elogios hacia
las duplas se acercaban incluso al barroquismo, tal era mi exuberante entusiasmo
y mi grado de apasionamiento durante las explicaciones a pie de telescopio. Me resultaba
muy difícil hacer creíble que no había ninguna pareja igual a otra, que cada
par tenía su propia personalidad y que cada desdoblamiento, un reto en sí mismo,
se convertía en una aventura maravillosa plena de matices y de nuevas sugerencias
jamás antes experimentadas. Finalmente, como colofón a mis razonamientos, resaltaba yo que la innata capacidad de
sorpresa, tantas veces dormida y queda, resurgía de las cenizas en cada
observación y uno redescubría noche a noche nuevos mundos exóticos y
enigmáticos.
Si bien muchos de
los implicados ahora son doblistas con fe, no siempre llegaba yo al final con
éxito y con frecuencia mi acción evangelizadora caía en saco roto y
la semilla en tierra yerma. Entonces, mi despotismo aleccionador, lo admito, se
veía minimizado y rendido ante la lógica y natural libertad de pensamiento de
cada individuo. ¿Frustración en mí? Sí, llamémoslo así, aunque me sirvió para
aprender a ser más reposado rebajando el ácido de la exaltación con serenidad. Por
ende, mi actitud ha cambiado con los años y mi forma de actuar ante similares
situaciones es radicalmente distinta y mucho menos visceral. Ahora simplemente sonrío
y haciendo mía la máxima de que una imagen vale más que mil palabras, acudo a
mi ordenador (las ciencias adelantan que es una barbaridad), abro mi carpeta de
imágenes convencedoras y muestro la
visión que mi admirado Luis Ricardo Falero (1851-1896) tenía sobre las
estrellas dobles. Tan sugerente, cautivadora y seductora, la pintura habla por sí
sola. Si acaso, manteniendo la sonrisa y un rictus astuto, quedamente, suelo señalar:
¿no es cierto que no hay una binaria igual a otra? Sed partícipes de su obra.
Luis Ricardo Falero,
The Double Star, óleo sobre lienzo,1881. La Estrella Doble, es otra de sus maravillosas adaptaciones de una sugerencia astronómica a los usos del arte.
Y nunca más acertados, por cierto, algunos de los versos
de esta canción: "...Te amo
en el silencio, en el frío, en el calor, te amo en blanco y negro y también
cuando hay color... Como tú, ninguna...". Ad Astra.
¡Bien dicho, mozo! Y, si no, siempre quedará una respuesta para nuestros adentros... "¡Ellos se lo pierden!", je, je...
ResponderEliminarPreciosa entrada, compañero. Me he visto reflejada en ella cuando he intentado convencer a algunos de mis cercanos astrónomos del interés y aprovechamiento del estudio y la observación de las dobles.
Gracias por este regalo casi poético.
Abrazos.
No conocía la obra de Luis Ricardo Falero y es preciosa. Muy sugerente "The Double Star" e ilustra perfectamente que no hay dos sistemas iguales.
ResponderEliminarEstá claro que muchos nos hemos visto reflejados en esas vivencias, cuando hemos intentado explicar a otros aficionados la importancia de observar este tipo de astros con mayor o menor fortuna.
Gracias por compartirlo
Un abrazo
Edgar amigo!!
ResponderEliminarGenial tu exposición acerca de una cuestion muchas veces repetida por los "profanos" (y los que no lo son tanto), y genial la obra de Falero, con sus preciosas musas soportando bellos pares de estrellas. Por cierto,¿Sabes si por casualidad era aficionado a la astronomia? Su obra esta plagada de referencias nocturnas, lunas, estrellas...
Una entrada preciosa.
Abrazos.
Sin palabras. Realmente, la pintura consigue transmitir todo lo que dices, ese sentimiento de profunda belleza y hermosura.
ResponderEliminarFrancamente, una de las mejores entradas que he leído.
Un abrazo
Gracias a todos. Me alegro de que haya gustado y de que os hayáis sentidos identificados con el sentir. Un abrazo.
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